LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

domingo, 24 de febrero de 2013


SOMOS LO QUE COMEMOS
El drama del modelo

Llegan noticias desde Estados Unidos. Dicen que un tercio del pescado que consumen los norteamericanos no se corresponde con las especies anunciadas: pagan por mero y les sacuden tilapia; piden sushi de atún rojo y les encajan solomillitos crudos de patudo o de listado. La estafa también prolifera en Europa, donde el bacalao puede ser eglefino o carbonero (Irlanda y Reino Unido), mientras que los filetes de infecta panga asiática se etiquetan como lenguado o mero (Francia). En España, con una cultura “ictiófaga” (devoradora de peces) bien asentada, el engaño no es tan fácil. Pero eso está cambiando muy, pero que muy, deprisa.


El mercado del pescado no termina de sacudirse la fama de opaco y confuso. Las tinieblas convienen a esa forma de comer basada en la comida industrial y la distribución a través de cadenas de hipermercados y supermercados. El tinglado industrial lleva años perfeccionándose gracias a fuertes inversiones en publicidad, amplios horarios comerciales, “marcas blancas”, ingredientes camuflados dentro de platos precocinados, abundantes aditivos y precios muy ajustados. Pero ese tinglado no funcionaría tan estupendamente si no contara con la inestimable ayuda de los políticos.




¿Otra vez cargando contra la clase política? ¡Qué pesadez! Pues se siente, pero resulta inevitable. Los políticos europeos han decidido, sabiamente aconsejados por los industriales, que no es necesario indicar el “origen” de los alimentos que nos venden. En el caso del pescado industrial (latas) no hace ninguna falta saber de dónde nos viene la “sardinilla” en aceite o el atún “claro". En opinión de los políticos europeos, a los consumidores no nos interesa averiguar si la caballa de nuestra lata es del Atlántico norte (sobrexplotada) o del Pacífico sur (saqueada y casi extinta).


Tampoco tenemos porqué saber si el cerdo con el que está hechas nuestras lonchas de Jamón Cocido nació, creció y murió en Torregrosa (Pla d´Urgell – España) o nos viene de Polonia. Ofrecer tal información debe considerarse como una falta de respeto hacia la industria alimentaria, siempre tan atenta y servicial, incapaz de darnos gato por liebre y célebre por su compromiso de transparencia. Por cierto, como cuando nos mete carne de caballo en lugar de vacuno. En realidad, el escándalo de la carne de caballo que hoy atormenta a media Europa (No a España, más pendiente de otros tormentos) es una consecuencia, evidente,  de la industrialización salvaje de la comida.





Uno de los primeros alimentos en industrializarse fue el de las harinas y sus derivados. Desde entonces, la bollería industrial ha venido ofreciendo a nuestros hijos el camino seguro hacia la diabetes, la obesidad, las caries y las carencias nutricionales. La siguiente en industrializarse fue, desde finales de los años sesenta, la cría intensiva de animales terrestres. La gran industria de pollos, cerdos y vacunos significó el inicio de su engorde masivo en establos cerrados y en condiciones repugnantes, usando hormonas, anabolizantes, medicamentos veterinarios y antibióticos a paletadas, recurriendo al canibalismo al dar de comer a las terneras y las vacas (mamíferos herbívoros y rumiantes desde el día de la Creación) unos polvos y pastillas hechos con cadáveres de otras vacas y terneras, o despojos de ovejas, pollos o peces podridos.


Desde hace unos años se está desarrollando la industria alimentaria de la acuicultura. Para esa industria se anuncia la fecha decisiva del 1 de junio de 2013. A partir de ese día, las doradas, salmones, rodaballos o lubinas podrán ser alimentadas en Europa con piensos a base de restos de pollo o de cerdos. Los políticos europeos, sabiamente aconsejados por los industriales, dicen que será una buena respuesta a la degradación de los océanos, incapaces de generar más materia prima con la que fabricar harinas de pescado a precio competitivo. Harinas de pescado que se han puesto por las nubes.





Durante los próximos meses asistiremos a los últimos coletazos del fraude de la carne de caballo. Este asunto es, en realidad, otra consecuencia lógica de lo que se conoce como la industria del “Mineral de Carne”. Un mineral que no atiende a especies concretas y que emplea todos los huesos, cartílagos, colágenos, tripas, tuberías y grasas de cualquier animal para fabricar una “masa” con la que rellenar pizzas, lasañas, albóndigas, "frankfurt", hamburguesas o canelones. Los establos ya no son granjas, sino fábricas de carne. Los animales que allí malnacen, sufren y mueren no son más que pedazos mercantiles de proteína.


La industria de la carne no solo amenaza nuestra salud y nos mete la mano en el bolsillo con sus opacidades. También ha conseguido alterar nuestra visión de los animales, que han dejado de ser individuos, vivos y sensibles, para convertirse en contenedores de carne picada. No es sorprendente en una sociedad que está rompiendo (prostituyendo) sus relaciones con el resto de la biosfera. Nos hemos apoderado de los recursos del planeta y pretendemos arrinconar en “parques naturales” y “reservas” a los miles de millones de seres que comparten con nosotros la Tierra. Carne de caballo, circuitos internacionales e incontrolados de productos alimenticios, canibalismo contra-natura, fraude y engaño, peces que comen tripas de cerdo,… síntomas de un sistema que termina por afectarnos.




Regresemos a los hipermercados y supermercados, parte integral y básica de la cadena, a la que alimenta y estimula. Las grandes cadenas de distribución no tienen el menor interés en ocuparse de quién, cuándo y cómo se produce la comida que venden. No les interesa saber si un producto ha tenido que cruzar medio planeta, con un coste ambiental y energético disparatado, o si la obtención de un producto destruye bosques, especies y culturas. Les importa un comino que las bandejas y envases donde empaquetan su comida destilen venenos químicos. Lo importante es mantener los márgenes comerciales, aunque sea necesario bajar la calidad del producto, engañar en su composición o, sencillamente, ocultar la identidad e ingredientes bajo nombres llenos de fantasía.


No nos engañemos. El sistema está en su mejor momento y tiene por delante un futuro prometedor. Las familias no pueden prescindir de sus tarifas planas del "smartphone", sus abonos de transporte, los gastos del coche y de los seguros. Tampoco pueden escapar de la hipoteca, de las tasas e impuestos que les atornillan los políticos. Si hay que hacer recortes familiares, pues que recaigan en el supermercado. Con la cultura de la cocina fresca y natural en vías de extinción (recluida en esas Reservas Integrales llamadas Restaurantes), con horarios laborales de esclavitud y con una sociedad de bolsillos vacíos, el sistema de la comida industrial y anónima está arrasando.





Arrasando la antigua y humana red de pequeños comercios de alimentos de calidad, destruyendo empleos y proveedores de confianza. Arrasando y malogrando cualquier intento de reducir la generación de residuos domésticos, desbordando los sistemas de gestión de basuras, fomentando el desperdicio de comida e inundando el entorno con envases y recipientes indestructibles. Arrasando nuestra salud con aditivos y sustancias químicas capaces de envenenarnos ahora y de enfermar a nuestros hijos y nietos antes de que nazcan.


Sobre todo, arrasando nuestra sensibilidad. Para demasiadas personas, el supermercado es el único punto de contacto entre la biofera, el planeta y la naturaleza (los alimentos) con la vida artificial de las ciudades. Es en los hiper y los super donde nos enfrentamos con la perversidad del sistema. Es ahí, entre estantes luminosos, música suave y paquetes multicolores, donde podemos idiotizarnos y dehumanizarnos completamente. O bien, donde podemos reaccionar.





Porque nadie nos va a ayudar a resolver tanta imbecilidad. Mucho menos nuestros políticos decadentes (dijo un magistrado) y nuestros conspicuos empresarios. Solo nosotros, como consumidores, los capaces de romper un sistema autodestructivo e ideado para enriquecer a los de siempre. Empecemos hoy mismo: renuncia a la innecesaria “tableta”  y, con lo que te ahorres en telecomunicaciones idiotas, empieza a comer mejor.


Hazlo aunque sea por motivos egoístas. Si eres hombre, para mantener tus apreciados espermatozoides en buena forma y evitar el cáncer de próstata y de colon que te esperan a la vuelta de la esquina mucho antes de lo que te imaginas. Si eres mujer, para proteger a tus futuras hijas e hijos y para no dar tantas facilidades al cáncer de pecho o de colon que te rondan como buitres.