LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

miércoles, 8 de julio de 2015

DESPOTISMO
El euro a 40 grados


En estos momentos se celebra en París un foro mundial sobre el clima. Está organizado por la UNESCO, se desarrolla entre el 7 y el 10 de julio y reúne a dos mil científicos que debatirán soluciones para atenuar el cambio climático y adaptarse a sus efectos. Es una iniciativa previa a la reunión de las conferencia de las partes (COP 21) que tendrá lugar en París este próximo otoño.

Como es natural, tanto esta reunión como la prevista COP 21, serán dos estupendas excusas para visitar la bellísima capital francesa. No se esperan mayores consecuencias.  El consenso científico sobre el riesgo extremo que conlleva el cambio climático y las razones de su avance está claramente alcanzado (97% de la comunidad científica internacional). Pero trasladar las recomendaciones de la Ciencia al mundo real y lograr que estas recomendaciones sean asumidas por la política es un obstáculo imposible de superar.

El sistema político imperante es el que es. No está configurado para aceptar otra doctrina que la libertad de los mercados, el “laissez faire”. En realidad no existe “sistema político”. Cuando el Banco Central Europeo (BCE) se autodefine como “políticamente independiente” quiere señalar que está libre de injerencias democráticas. Su función es seguir fielmente los Tratados Europeos, exactamente el Tratado de Maastricht (1992), que especifican cómo la magia de los mercados resolverá todos los problemas sociales y económicos (desempleo, sanidad, deshaucios, pobreza, desigualdad,…)

El Tratado de Maastricht (Eurozona y Eurogrupo) nos indica el camino y nos recuerda que las instituciones políticas (democráticas), y sus políticos, son innecesarias (estúpidamente redundantes). En esta tesitura, la comunidad científica sería una pandilla de indeseables que nada tienen que decir sobre un modelo socioeconómico de sociedad que nos lleva directamente hacia la catástrofe climática. Mejor no profundizar en la opinión que el Eurogrupo tiene de los ciudadanos europeos que, dicho sea de pasada, pagan sus generosos sueldos.

Mientras los científicos se entretienen en París, Grecia entra en bancarrota financiera y la llamada Troika (BCE, Fondo Monetario Internacional – FMI y Comisión Europea) entra en bancarrota política. A decir verdad, ambas bancarrotas eran sobradamente conocidas y toleradas. La de Grecia era sabida desde hace décadas, antes de su entrada en la UE. Hizo falta aplicar la “magia” de los mercados, gracias al fraudulento maquillaje contable perpetrado por Golman Sachs (Mario Draghi, Luis de Guindos,…), para que ruinosa Grecia entrara en el Euro por la puerta trasera y a empujones.

La bancarrota política y moral de la Troika está maravillosamente representada por las históricas actuaciones de uno de sus más rutilantes miembros: el FMI. Tras ser presidido por un tal Dominique Strauss Kann, procesado por presunto violador, pederasta y notable putero, el FMI adoptó como presidente a un tal Rodrigo Rato, procesado por presuntas y variadas estafas. Ahora está presidido por una presunta Top Model de pelos plateados.

Desde su creación en 1945, el inefable FMI ha logrado destruir la economía social en numerosos países. Allí donde ha metido mano (prestado dinero) se ha comportado como potencia colonial desmontando barreras al sagrado  comercio y al flujo de capitales, liberalizando el sistema bancario (desregulando), reduciendo el gasto social de los gobiernos (recortes), salvo el relativo al pago de acreedores, y privatizando las actividades y sectores susceptibles de ser vendidos (con jugosos beneficios) a inversores privados.

Muy notable fue su éxito en la llamada “crisis asiática” financiera de 1997, entrando a saco en las economías afectadas, dejando con el culo al aire a las monedas locales que fueron pasto de la especulación financiera internacional. Los únicos países que se libraron de la venenosa mordedura del FMI fueron China y Malaysia, ahora pujantes economías independientes.

Evidentemente, el despotismo del Euro y de sus asociados debe contemplar la reunión de científicos en París con la condescendencia de una reunión casera de Avon o de Tupperware. A la degradación democrática se suma la estupidez y el aborregamiento generalizado. Una muestra:

Hoy, día 8 de julio de 2015, después de dos semanas de encadenadas olas de calor repletas de imbéciles imágenes de piscinas y playas, de entrevistas callejeras a estúpidos ciudadanos que sudan y se abanican, una cadena de radio se ha atrevido a mencionar el “pecado”. La Cadena SER entrevistaba a José Manuel Moreno, catedrático de Ecología de la Universidad de Castilla – La Mancha, miembro de la Mesa y Vicepresidente del Grupo II del IPCC de Naciones Unidas.

El científico señalaba al cambio climático como causa, más que probable, de esta interminable ola de calor. Recordaba que en la opulenta Europa, la ola de calor de 2003 mató a 70.000 ciudadanos comunitarios (6.000 en el Reino de España). Anunciaba que llegan tiempos diferentes y que las sociedades deben frenar el desastre anunciado.

Quizá pensaba en la Troika, como organismo capaz de cambiar este modelo socioeconómico. Pero el fundamentalismo neoliberal no entiende de otro clima que el de los mercados. Su forma de actuar recuerda poderosamente a la Ley británica colonial de 1877, (Anticharitable Contributions Act) aplicada en su dominio de India durante la terrible seguía que mató de hambre a millones de hindúes, y que combatía las “Contribuciones caritativas privadas” con penas de cárcel para quienes se atreviesen a dar comida (pan) a los pobres. La razón esgrimida por los fundamentalistas de Londres era que las donaciones de caridad podían interferir en la fijación, por los mercados, de los precios de los cereales.

La presión de la Troika y los mercados sobre la República de Grecia revive aquella inhumana ley colonial. La presión del mercado sobre el mantenimiento del actual sistema energético, cerrando el paso a las energías renovables, es la forma de condenar a las futuras generaciones a soportar una vida miserable sobre un inhabitable planeta, cuando no a la muerte de millones de seres humanos. Una condena “en diferido”, como gustaba expresarse una política española, muy de derechas, prescindible y fácilmente olvidable.