LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

jueves, 23 de julio de 2015

OYAMBRE 2015
Empieza la temporada


Cabo de Oyambre 

El escenario es el de siempre. Lleva ahí desde que terminó la última glaciación. Una bella y moderadamente salvaje playa, de arena muy fina y blanca. Está rodeada de praderas y sus aguas, protegidas por el cabo de Oyambre, quedan a sotavento de los temporales. Además, ha demostrado que es muy fuerte.

Falta le hace tener un carácter duro para soportar las agresiones que recibe sin cesar. No trata de las bofetadas propinadas por la naturaleza, a menudo de una violencia implacable. En realidad, el peor enemigo de Oyambre siempre ha sido el ser humano y su estúpido desprecio por todo lo que no comprende.

Este verano de 2015, la playa de Oyambre sigue recibiendo los plásticos que el Atlántico deposita en su arenal, pero las máquinas de limpieza de playas los recogen (en días laborables), llevándose por delante las algas muertas donde reside una fauna pequeña, delicada y única que no merece ser arrasada a diario como si fuera basura.

Este verano siguen vigentes las cicatrices de la brutal erosión que devora sus acantilados y taludes de arcilla. La misma erosión que afecta a tantas playas atlánticas europeas, agravada por la paulatina subida del nivel del Mar Cantábrico.

Este verano, la escollera ilegal instalada por un particular sobre la misma arena y sentenciada a ser demolida por el más alto tribunal, sigue tan campante. El pequeño campo de golf que recubre su duna, protegida por una Directiva europea, continua impidiendo su obligada restauración. El humedal que llega hasta sus arenas, supuestamente protegido por Europa, sigue aplastado bajo cientos de toneladas de rocas.

Este verano, a pesar de que llamativos carteles prohíben su acceso a la playa, docenas de perros corretean impunemente entre los bañistas. Al parecer, los dos ayuntamientos que se reparten la responsabilidad sobre la seguridad y el orden en el concurrido lugar (Valdáliga y San Vicente de la Barquera), carecen de medios técnicos y humanos. En Oyambre no hay demasiada ley.

Este verano, siguen los conflictos de tráfico en los accesos y aparcamientos plantados encima de la duna. Adultos, niños y perros se disputan una carretera estrecha y picoteada de baches, con vehículos aparcados de cualquier forma, atascos y constante peligro para los peatones que no disponen de sendas tranquilas a causa del golf que la estrangula.

Este verano, el monumento al Pájaro Amarillo, emblema de la playa y símbolo histórico que cualquier político europeo no dejaría escapar para potenciar el turismo local,  sigue encerrado en un oscuro almacén mientras que su vetusto pedestal se derrumba a gran velocidad.

Este verano, sin embargo, se han tomado tres decisiones trascendentes. La primera ha sido acometer el desvío de las aguas fecales (humanas y bovinas) que durante décadas apestaban las arenas y adornaban el arenal de Oyambre con un toque de rancia y desagradable humanidad. El segundo ha sido autorizar la construcción de una nueva escollera de piedra para proteger un chiringuito privado donde, por cierto, se sirven sabrosas raciones de calamares.

Dentro de esta ofensiva reformadora 2015, una tercera decisión parece sacada de un manual de la idiotez. Una humilde escalera de madera, desmontable y discreta, que daba servicio a los bañistas desde una pradera ha sido prohibida. Funcionaba desde hace una docena de años durante los treinta días de agosto. Pero alguien la ha considerado mucho más dañina que el mediogolf aplastando la duna, las escolleras, las máquinas barredoras de fauna, la ausencia de papeleras y seguridad pública, los purines de las vaquerías de Gerra, las rocas vertidas al humedal, los perros sueltos, la impunidad y el caos circulatorio.

Oyambre resiste en Cantabria Infinita.