LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

lunes, 30 de noviembre de 2015

CAMBIO CLIMÁTICO EN ESPAÑA
Panorama desolador

 
Una plataforma petrolífera en el Mar del Norte, con su correspondiente y eterna antorcha

Mientras el Presidente del Gobierno del Reino de España se desplaza a París, para asistir a la solemne inauguración de la COP 21, escucho la Cadena SER de radio. Es una de las emisoras más prestigiosas del país y empieza su programa estrella de la mañana con una referencia al encuentro de París.

Varios tertulianos se suceden al micrófono y comentan su escepticismo por el desenlace de la Conferencia sobre el cambio climático, ya que la ciudadanía debería tener mucha más conciencia. En definitiva, el cambio climático es asunto de todos nosotros y deberíamos ser más conscientes en nuestra vida diaria ¿Cómo?

¡Bah! Es muy sencillo. Para los periodistas que hablan, lo que deberíamos hacer es comer menos carne, usar menos el coche, encender menos la calefacción y reciclar mejor nuestras basuras. Y ya está. Los gobiernos poco pueden hacer si nosotros no nos comprometemos a llevar a cabo sencillos gestos cotidianos: volvernos vegetarianos moderados, apagar luces para vivir en la penumbra, caminar mucho o apretujarnos en atestados y caros transportes colectivos, ponernos bufanda en casa y trabajar reciclando para mantener un sistema de gestión de residuos obsoleto e ineficiente.

Con esta mentalidad se perpetúa la letanía de la responsabilidad individual en el cambio climático, ya que el Estado poco o nada puede hacer a la hora de combatir las emisiones de gases de efecto invernadero que están recalentando la Tierra. Si lo hiciera, aplicando regulaciones y normativas, estaría atacando gravemente al sistema económico del libre mercado.

Pero las cosas no son exactamente así. Los tertulianos de la Cadena SER pasan de largo sobre el verdadero problema del cambio climático y se refugian en lugares comunes que embrutecen al ciudadano un poco más cada día. Les voy a exponer un caso que relativiza las responsabilidades en la gestación del cambio climático y reparte con más cuidado y justicia las bofetadas.


La bofetada del Flaring  

Si se pregunta a diez mil ciudadanos españoles qué es el “flaring”, en el rostro  de 9.999 se dibujará la tierna sonrisa de la ignorancia profunda. Con suerte, uno de cada 10.000 podrá decir que el “flaring” es una práctica que se ve en las antorchas que arden con llamaradas espectaculares, las 24 horas del día, en la práctica totalidad de las instalaciones petroquímicas, especialmente en los pozos de petróleo y en las plataformas marinas dedicadas a la explotación del crudo.

Muy bien. Ya sabemos qué es el “flaring” porque la mayoría hemos visto esas torres de acero rematadas por llamas que brillan en la noche y que atraen nuestra atención al pasar cerca de una refinería o de instalaciones similares.

El “flaring” es un mecanismo de seguridad. En dos palabras, al extraer petróleo del subsuelo, éste viene acompañado de gran cantidad de gases y de variadas mierdas (con perdón) . Esos gases son altamente inflamables (metano) y suponen un riesgo para las instalaciones, por lo que deben separarse del crudo y tratarse adecuadamente. Lo idóneo, ya que se trata de gas natural, sería recogerlo y emplearlo como combustible. Pero no siempre resulta fácil. Sobre todo, representaría un coste empresarial indeseable, así que se manda a un mechero y se quema en la atmósfera.

El gas natural de los pozos no viene sólo. Por el mechero se queman o envían al aire el metano mal quemado, el detestado azufre (SO2), ingentes cantidades de CO2, hidrocarburos aromáticos cancerígenos, como benceno, tolueno, xileno y benzopireno, además de metales pesados como el mercurio, vanadio y cromo junto a gases radioactivos (Radón).


Flaring en yacimientos de la península arábiga

Los cálculos más optimistas indican que en 2013 se emitieron a la atmósfera unos 150.000 millones de metros cúbicos de gases a través de las antorchas del “flaring”, situadas principalmente en Rusia, Nigeria, Irán, Irak, Estados Unidos, Argelia, Kazastán, Arabia Saudita y Venezuela. Esa cantidad equivale al 30% del gas natural que toda Europa consume en un año.

Expresado en otra unidad de medida, el “flaring” supone la emisión  anual de entre 300 y 400 millones de toneladas de CO2, según recoge el Banco Mundial. La cifra es igual a las emisiones de todos los coches de Francia, Alemania y Reino Unido juntos y durante un año (unos 80 millones de automóviles).

El problema es considerable. El Banco Mundial ha puesto en marcha la iniciativa “Zero Routine Flaring by 2030, que busca reducir en un 40% las emisiones de esta fuente a nivel mundial desde 2015 hasta 2030. Un puñado de países y grandes corporaciones petroleras se han adherido al proyecto en muy señalados yacimientos, pero supone un reto económico pues necesita de cuantiosas inversiones y los bajos precios del barril de petróleo son un formidable obstáculo.

Otro freno a la eliminación de la pesadilla es el descontrol gubernamental. Nigeria, que aparece como segundo emisor de gases a través de “flaring” de sus pozos en el Delta del Niger y en sus costas, tiene prohibida esta práctica petrolera desde 1984. La total desobediencia a esta norma impulsó una nueva prohibición en 2010, también ineficaz. Otros países productores han sido más eficaces, como es el caso de Rusia, al haber logrado reducir su “flaring” en un 40% a lo largo de la última década.


Flaring en Nigeria. Allí ni emplean torres y queman el gas a ras del suelo
Excelente ocasión para asar comida sazonada con hidrocarburos aromáticos.

El Banco Mundial indica que los gases derrochados mediante esta técnica obsoleta podrían bastar para proporcionar energía eléctrica a todo el continente africano, al generar hasta 750.000 millones de kilowatios.

Una vez explicado tan turbio asunto, la próxima vez que le digan que usar el coche privado es un gran pecado contra el clima global, recuerden que las emisiones de su cochecito son una minúscula gota en el océano de las emisiones causadas, impune y masivamente, por el “flaring” petrolero.

No. La responsabilidad del cambio climático no es sólo del ciudadano. Por encima de todo es responsabilidad de los gobiernos y de las empresas. Pero es más fácil culpabilizar al ciudadano y olvidar la fría realidad de un sistema hipócrita y sumido en las tinieblas informativas. Las emisoras de radio de la Cadena SER, con sus frívolos locutores y periodistas, deberían tomar nota y dejar de tratar como un dócil e imbécil rebaño de borregos a su audiencia.